Limpiaba cuidadosamente el arma homicida cuando apareció en la escena del crimen mi colega, quien tan pronto advirtió lo que hacía, me recriminó por ello, recordándome que era, entre otras cosas, ilegal. Ignorando a la mujer que yacía junto a nosotros, discutimos airadamente, hasta que forcejeamos y accidentalmente le causé a él una herida letal con la pulcra cureta que sostenía en mi mano. Luego la paciente despertó.
Veo tus joviales lágrimas deshacer el papel, El último ladrillo del muro de palabras Que una vez pronunciadas por mí No tendrán ya que volar hasta ti. Veo una pacífica sonrisa aparecer en tu rostro Y desaparecer en el deseo, justo a tiempo Para darte por fin ese atascado beso Que esperanzado dibujé bajo un triste candil. Dejo ahora en un rincón mi viejo casco, Para regresar, completo, a tus pacientes brazos.
Comentarios
Publicar un comentario