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Clandestino

Llegué a la esquina prevista cerca del mediodía. Aguardé allí un rato, para asegurarme de que el dueño de la tienda ya hubiese salido a almorzar. Pasados unos minutos, me acerqué al Coppola’s. Su fachada era de una arquitectura antigua propia de Roma, pero evidentemente había sido remodelada. Dos grandes ventanas de exhibición, una a cada lado de la entrada, dejaban ver pirámides de sombreros sobre un fondo ocre. La puerta principal, polarizada en blanco, reflejaba pobremente mi pálida tez. Saqué entonces el juego de llaves proporcionado por mi enigmático cliente, entré a la tienda, e inicié un reconocimiento rápido. Dentro del lugar había varios estantes, ordenados simétricamente a lo largo y ancho del enorme salón cuadrado, un par de puertas en las esquinas posteriores y un mostrador en medio. Sobre éste último yacía descaradamente el cadáver.

Era el cuerpo de un hombre delgado y de piel oscura. Tenía el torso desnudo, pies descalzos y un pantalón beige con negro. Además, una serie de jeroglíficos tatuados se extendían por su pectoral izquierdo. ¿Causa de muerte? Totalmente desconocida y sin nada sugerente para un “no experto” como yo. Ya empezaba a cuestionarme si el pago prometido justificaba involucrarme en un caso tan desprovisto de información preliminar, pero mi reciente retiro de la agencia me impulsaba a seguir adelante.

Revisando los alrededores me topé con un gran cajón tras el mostrador. En él hallé una postal bastante genérica, con la imagen de una pirámide egipcia superpuesta en un vasto horizonte. El mensaje en ella sentenciaba: “Aún espero el último”. Yo seguía sin entender algo de lo que sucedía. Tiempo después escuché ruidos del exterior y vi que alguien se acercaba a la entrada, debía ser el Sr. Coppola que regresaba antes de lo esperado. Guardé apresuradamente la postal en el cajón y probé llaves hasta lograr abrir la puerta derecha del fondo de la tienda.

En medio de tan poca luz, era claro que estaba al pie de una escalera. Seguí su curso, pero a medida que subía por ella me invadía la incertidumbre de adónde me llevaba. No recordaba haber visto al llegar un segundo piso o algo parecido. Pronto entré a una sala que, a primera vista, no era más que una réplica de la habitación que recién había dejado. Tenía frente a mis ojos más del negocio familiar de los Coppola, estantes llenos de sombreros. Debía encontrarme en la segunda planta del local posterior a la tienda original, no había otra explicación.

En el nuevo mostrador no había cadáver que inspeccionar, así que fui directo al cajón.
Había pasaportes, billeteras, fotos y demás documentación sobre personas de todo el mundo, era una cantidad abrumadora. Seguía revisando cuando escuché un ruido, esta vez venía de la planta baja, así que fui a esconderme detrás de unos estantes. Mientras intentaba amainar mi respiración, un Trilby llamó mi atención. Era beige con negro, no podía ser casualidad, podría ser la pista que había estado buscando. Al retirarlo de su base descubrí que ésta consistía en un recipiente esférico de vidrio que estaba vacío.

Cuando me disponía a devolver el sombrero a su lugar, sentí un pinchazo en la nuca y perdí de inmediato el conocimiento. Al despertar, vi a Coppola, Dr. Coppola en realidad. El sujeto, de gran estatura y con abundante barba, vestía una larga bata blanca y sostenía en sus manos un elegante folder negro, en cuya portada resaltaba un laberinto dorado en forma de cerebro como logo. También logré ver todos mis cabellos rubios cubriendo algunas de las ajedrezadas baldosas del suelo. En ese momento supe que en verdad no tenía ni idea de en qué me había metido. Observé al doctor cambiar unos cuantos sombreros de sitio y en el proceso quedé atónito frente a lo que estaba viendo. Cerebros bañados en un viscoso líquido grisáceo ocupaban los recipientes base.

Hasta ese punto recuerdo con claridad. Fui adormecido por segunda vez y al despertar todo fue mucho más extraño y confuso. Hoy por hoy, sigo sin estar seguro de nada de lo que pasó después. No les puedo decir si soy un milagro de la medicina experimental, voluntad de sus dioses o una mezcla de ambas. Mis recuerdos continúan en el momento en que atravesé la tienda atado en una improvisada camilla hasta salir de ella. Es más, inexplicablemente, sólo hasta que fui traído aquí, noté que en la tienda no había espejos. De haberlos habido, hubiese notado desde esa camilla, mi ahora cuerpo delgado y de piel oscura.

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