Siempre idealicé al amor, pero a mi edad no creí tener ya oportunidad de encontrarlo. Hasta que conocí a Cece, era perfecta; su piel, sus ademanes, su risa... Tan pronto como pude la hice primera dama y organicé lo necesario en la residencia presidencial para su comodidad. Sin embargo, todo empeoró con el tiempo. De a poco terminó por apoderarse descaradamente del gobierno y alejarse de mí. Hoy, mientras fallecía en sus brazos, la vi como nunca antes. Supe que su tecnología no era del todo perfecta, que su mirada era ficticia y, aún así, un mar de ambición humana.