Una humilde basiliense, madre de dos gemelas y viuda desde hacía quince años de un marinero, sacó de un viejo cajón de su habitación conyugal un “moneygami”. Lo guardó en su bolsillo, felicitó a sus hijas por su cumpleaños y salió de casa con la promesa de volver pronto. Minutos más tarde regresó, con una pacífica sonrisa en el rostro y dos barcos de quinientos francos para ellas. Ni más, ni menos.
Veo tus joviales lágrimas deshacer el papel, El último ladrillo del muro de palabras Que una vez pronunciadas por mí No tendrán ya que volar hasta ti. Veo una pacífica sonrisa aparecer en tu rostro Y desaparecer en el deseo, justo a tiempo Para darte por fin ese atascado beso Que esperanzado dibujé bajo un triste candil. Dejo ahora en un rincón mi viejo casco, Para regresar, completo, a tus pacientes brazos.
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