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Herencia

Una humilde basiliense, madre de dos gemelas y viuda desde hacía quince años de un marinero, sacó de un viejo cajón de su habitación conyugal un “moneygami”. Lo guardó en su bolsillo, felicitó a sus hijas por su cumpleaños y salió de casa con la promesa de volver pronto. Minutos más tarde regresó, con una pacífica sonrisa en el rostro y dos barcos de quinientos francos para ellas. Ni más, ni menos.

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Tregua

Veo tus joviales lágrimas deshacer el papel, El último ladrillo del muro de palabras  Que una vez pronunciadas por mí No tendrán ya que volar hasta ti. Veo una pacífica sonrisa aparecer en tu rostro Y desaparecer en el deseo, justo a tiempo Para darte por fin ese atascado beso  Que esperanzado dibujé bajo un triste candil. Dejo ahora en un rincón mi viejo casco, Para regresar, completo, a tus pacientes brazos.

Obra inédita

Tras observar detenidamente el cuadro y reflejar su inconformidad, decidió hacer esta vez algo diferente, remover cada rastro de pintura del empolvado lienzo hasta dejarlo en su estado más puro. Fue entonces cuando ella supo que estaba lista para abandonar el tocador.

Añoranza

Sobre el tejado, la luna, luciendo un argénteo arco, consuela a la triste joven que la admira en solitario. ¡Oh sol, no regreses aún! Implora ella con su llanto mientras de a poco se acaba la noche, paz de su hermano. Pronto cierra la ventana; pronto vuelve a extrañarlo.