Permanecía absorto, admirando aquel hermoso arte en donde el cielo y las nubes brillaban naranja; perdido totalmente entre las remarcadas sombras expuestas ante él. Pero ese paisaje tan cercano lo sintió de repente muy lejano, y el horizonte no le pareció infinito. Vivir la realidad le resultó imperante. Abandonó entonces con prisa su asiento y allí sólo quedó la pantalla verde.
Veo tus joviales lágrimas deshacer el papel, El último ladrillo del muro de palabras Que una vez pronunciadas por mí No tendrán ya que volar hasta ti. Veo una pacífica sonrisa aparecer en tu rostro Y desaparecer en el deseo, justo a tiempo Para darte por fin ese atascado beso Que esperanzado dibujé bajo un triste candil. Dejo ahora en un rincón mi viejo casco, Para regresar, completo, a tus pacientes brazos.
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