Esa noche se reencontró con el azul del cielo. Aquella mirada, aún después de tanto tiempo, la sintió mucho más real que cualquier condescendencia disfrazada de amor. La cura había ido hasta él. Corrió hacia ella a todo corazón, dejando atrás el falso paraíso, y congelándose bajo la torrencial lluvia, la besó.
Veo tus joviales lágrimas deshacer el papel, El último ladrillo del muro de palabras Que una vez pronunciadas por mí No tendrán ya que volar hasta ti. Veo una pacífica sonrisa aparecer en tu rostro Y desaparecer en el deseo, justo a tiempo Para darte por fin ese atascado beso Que esperanzado dibujé bajo un triste candil. Dejo ahora en un rincón mi viejo casco, Para regresar, completo, a tus pacientes brazos.
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